Martín Bañez de Artazubiaga poseía una ferrería en Ibarreta. Acababa de visitarla en compañía de su amigo y socio Juan Ibáñez de Barrutia en una tarde del mes de Mayo de 1464 cuando a la salida le esperaban cinco oñacinos de Aramaio, mandados por Juan Alonso, dispuestos a saldar viejas cuentas. Los dos mondragoneses gamboinos que habían escapado a la justicia del rey a raíz del incendio de la villa en 1448, caían asesinados sin piedad. Dos toscas cruces a la orilla de la carretera, frente a Ibarreta, nos recuerdan todavía este episodio. La viuda de Bañez de Artazubiaga, doña Sancha de Ozaeta, ardió en ira y lloró su soledad y la orfandad de sus hijos. Clamó venganza en unas trágicas endechas que, según costumbre de la época, cantó en los funerales de su marido:
"Oñetako lur jabill ikara
Lau aragiok beran bezala,
Martín Bañez Ibarretan ill dala...
Artuko dot esku batean gazia
Bestean suzi iraxegia
Erreko dot Aramayo guztia”
Traducción:
"Me tiembla la tierra bajo los pies
Como las carnes de las cuatro extremidades,
Pues ha muerto Martín Bañez en Ibarreta...
Tomaré en una mano un dardo
En la otra una hacha encendida
Quemaré toda Aramayona"
Sus clamores fueron oídos y los alcaldes de la Hermandad de la provincia dictaron sentencia de muerte contra los asesinos. De los cinco fueron presos dos y uno de ellos fue ejecutado en Mondragón, junto al puente de Kondekua y el otro en Bilbao.
La viuda testó para que se edificara una ermita en el lugar del crimen. Su hijo Martín Bañez cumplió la voluntad de sumadre, erigiendo la ermita en honor de Santa María de Areaza y de San Antonio Abad.